¿Alguna vez te has sentido abrumado frente a infinitas opciones? Esa sensación de querer elegir algo, pero al final no eliges nada. Pues déjame contarte algo que me pasó este fin de semana.
Como todos, buscaba algo para distraerme. Abrí Max y empecé a buscar. Nada interesante. Luego fui a Disney+, esperando que algún título llamara mi atención. De nuevo, solo terminé agregando cosas a mi interminable lista de pendientes. Mi último recurso fue Netflix. Seguro aquí encontraré algo, pensé. Pero entre tantas opciones y películas que siempre digo que voy a ver, me sentí… abrumado.
Al final, puse algo al azar. ¿Sabes qué pasó? Lo quité después de cinco minutos. Me frustré y terminé viendo la misma película de siempre, la que ya sé que me gusta, porque al menos con ella no hay dudas.
¿Ves el problema? No importa cuántas opciones tengas si no sabes lo que quieres.
Existe algo llamado la paradoja de la elección, y este fin de semana lo entendí perfectamente. Tener más opciones no siempre significa ser más feliz. A veces, es un conflicto. Cada decisión que tomas significa renunciar a todo lo demás, y en el fondo te preguntas: ¿Y si la elección que rechacé era mejor?
El problema no es solo con películas. Nos pasa con todo: con los libros que queremos leer, las metas que queremos perseguir o incluso con las personas que dejamos entrar a nuestra vida.
Tener menos opciones puede ser un regalo, no un castigo. Cuando limitas tus decisiones, te liberas de la carga de preguntarte todo lo que podrías estar perdiendo.
Así que, la próxima vez que te enfrentes a un mar de opciones, recuerda esto: a veces, lo importante no es si eliges lo correcto, sino hacer que esa elección sea la correcta. Elige y comprométete con tu decisión.